Explicación del lema a la luz de la imagen
EL LEMA INSPIRADOR Y LA PINTURA EMBLEMÁTICA
«Alegres de ser parte de esta obra de Dios» es el lema que las Escuelas Pías de Argentina eligieron para el curso del presente año, parafraseando las palabras que el Venerable Glicerio Landriani escribía en una de sus cartas.
Junto al lema, una imagen lo acompaña. Se trata de «La vestición de los primeros escolapios en 1617», una pintura de técnica mixta hecha sobre lienzo (182cm de alto por 150cm de ancho) que se encuentra expuesta en San Pantaleón en Roma, nuestra Casa madre, donde vivió y murió Nuestro Santo Padre José de Calasanz. Su autor, Joan Costa (Gandía, 1952), exalumno de nuestro colegio de Gandía, realizó la obra entre 2013 y 2014. Figuró un acontecimiento fundante para las Escuelas Pías y para Calasanz: el día que los primeros escolapios fueron revestidos del hábito de la Orden. Sí, se trata de un hecho que ameritaba ser plasmado en un cuadro.
Recordemos que, entre idas y venidas, Calasanz fue descubriendo que el Señor le llamaba a cooperar con una obra necesarísima y utilísima en la Iglesia de Dios: las Escuelas Pías, obra tan beneficiosa para sus alumnos como para los religiosos, maestros y colaboradores que de ella forman parte.
CONTEMPLANDO EL LIENZO
La pintura nos invita a sumergirnos en esta habitación, el oratorio de la comunidad de la casa de San Pantaleón, que aún hoy se conserva. Este no es un día cualquiera. Estamos en el 25 de marzo de 1617, casi tres semanas después de que su Santidad Pablo V firmara el breve Ad ea per quæ en el que aprobaba e instituía en la Iglesia la Congregación Paulina de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.
Si miramos la imagen, rápidamente nos percatamos de la presencia de un nutrido grupo de personas situadas en círculos concéntricos alrededor del núcleo principal, pero reunidos en pequeños grupos enlazados entre sí. Como contraste de la abundancia de rostros, hay un surco diagonal que revela las baldosas de la habitación, permitiendo ver a Calasanz de cuerpo entero en el centro del lugar, tomando con ambas manos el negro hábito escolapio para revestir al joven que está junto a él.
En una escena de las Escuelas Pías, la presencia de los niños es algo propio, casi imprescindible. Hacia la derecha de la imagen resalta la aparición de dos pajes (muchachos que se formaban y servían en la casa de algún noble), enlazando y cerrando a su vez toda la cadena de retratos. Joan Costa se valió de sus figuras para representar simbólicamente al Cardenal Benedetto Giustiniani, protector de esta obra de Dios, quien no pudo estar durante la ceremonia que se representa. Resulta que aquella mañana de marzo, el Cardenal llamó a Calasanz a su palacio, a pocas calles del Colegio, detrás de la Piazza Navona. Imaginemos al santo cruzar la plaza con gran diligencia, recorriendo el pueblo romano con sus largas zancadas, propias de un hombre de 1.90m.
LA VOCACIÓN DEFINITIVA
Veinte años desde aquel encuentro: “¡Mira, José, mira!”. Veinte años entregado por completo al Señor en la educación de los niños y jóvenes. Veinte años secundando al Maestro con el eficacísimo remedio de la educación. Y aún más. Treinta y tres años ya desde aquel adviento en que fuera ordenado sacerdote, santo ministerio que le permitía unir el cielo con la tierra por medio de los sacramentos.
Pero había más en los planes del Señor. Al llegar al palacio, el Cardenal debió haber estado esperándolo, e invitándolo a pasar a su capilla particular, de propia mano impuso el hábito escolapio al fundador. Eso mismo. Sacerdote, maestro, y ahora también lo quería religioso. Y como todo religioso, portaba sobre su cuerpo el hábito de la naciente Congregación, un hábito clerical ceñido a la cintura, todo de negro, como el manto de la Virgen Dolorosa a los pies de la Cruz.
El Cardenal obsequió los hábitos para Calasanz y para sus primeros catorce compañeros. Muy posiblemente, con la misma diligencia de antes, el santo desandaba sus pasos rumbo a San Pantaleón, con la alegría y el gozo indescriptible de saberse estrecho seguidor del Señor en esta obra suya. Propiamente comenzaría a ser religioso en marzo del año siguiente, cuando profesara los votos delante de otro purpurado, el Cardenal Miguel Ángel Tonti, también en su capilla particular. Pero no cabe duda de que la vida regular era cosa de la Providencia Divina y del deseo de Calasanz.
Se cuenta que, siendo aún un joven sacerdote, el P. José rescató un burro empantanado alzándolo sobre sus propios brazos, pero años habían pasado desde su juventud española, y es fácil pensar que el Cardenal pudo poner a su disposición uno o dos pajes para ayudarle a llevar el fardo con los otros catorce hábitos hasta las Escuelas Pías.
EL DÍA DE LA VESTICIÓN
Así es que, en una sencilla ceremonia acontecida en el oratorio de San Pantaleón, el padre fundador impuso el hábito escolapio a sus compañeros. Podríamos preguntarnos quiénes eran estos fieles seguidores. Escuchémoslo al mismo Calasanz contárnoslo:
“El Sr. Card. Giustiniani, el día 25 de marzo del mismo año [1617], hizo a sus expensas los hábitos que hoy usan para 15 personas y vistió de su mano en su capilla a dicho P. José [Calasanz] y luego dicho Padre a otros 14 el mismo día en el oratorio de las Escuelas Pías. Sus nombres: Pedro Casani de Luca, sacerdote; Octavio Bovarelli, romano; Viviano Viviani de Colle; Tomás de Victoria, español; Francisco Perusino, romano; José Brancatio, romano; Ausano Lenzi, luqués, [todos ellos] clérigos; Martín Ciomei, de Luca; Simón Castiglioncelli, de Luca; Juan Bta. Morandi, de Marciasio, dioc. de Sarzana; Jorge Mazza, de Rocca Vignale de Alba; Juan Próspero, de Luca; Antonio Bernardini, de Luca; Andrés Marzio, romano, [todos ellos] hermanos operarios”.
Si miramos la pintura, estos catorce están a derecha e izquierda de santo, todos de rodillas. Los que están a la derecha de Calasanz ya han recibido el hábito y, contemplando la gran obra de Dios de la que son parte, dan gracias por lo recibido; mientras que los que están a la izquierda del fundador, todos de camisa blanca, esperan con gran ardor ser revestidos de las ropas escolapias, que son sostenidas sobre una cesta plana por los pajes del Cardenal protector.
LA ALEGRÍA DE LOS PRIMEROS COMPAÑEROS
En las semanas y meses posteriores, sucesivamente fueron integrándose varios religiosos a la Congregación. Sabemos que al menos pudieron llegar ―o superar― el número de treinta miembros. Tal es la cantidad total de personajes figurados en la pintura. Aparecen de pie, como observadores y testigos de tan maravilloso acto. Es el grupo de compañeros que más tarde vistieron el mismo hábito. Todos ellos fueron llamados a ser parte de esta obra de Dios, y la alegría de esta vocación rebalsaba sus corazones.
También sabemos que entre estos treinta estaban algunos hombres insignes, como el P. Gaspar Dragonetti y el Abate Glicerio Landriani. Dragonetti quedó como clérigo, pero Glicerio recibió el hábito en junio de ese año. ¿Cuál será el joven Glicerio? No lo sabemos. ¿Será el muchacho que lo ayuda a extender el hábito para su compañero? Lo cierto es que no por mucho tiempo podría compartir en este mundo la alegría de ser escolapio junto a su querido padre José. Poco después, tras algunas enfermedades, el abate Glicerio tocaría de madrugada la puerta de dos hojas que se observa al fondo de la habitación. Sí, es la puerta de la celda de Calasanz, la misma que recibiría los golpes del joven milanés pidiendo obedientemente el permiso de su fundador para partir al cielo y gozar ya de la alegría eterna junto al Padre.
AMBIENTE DE PIEDAD Y LETRAS
Es sugerente descubrir que Calasanz se encuentra justo entre el altar y el aspirante que sostiene una pila de libros en sus manos. Fue nuestro Santo Padre quien abrió para los hombres la “escuela-templo”, y a los “tantos niños que pedían pan y no había quién se los reparta”, procuró saciarlos con el alimento de la fe y de la cultura. Es en la “escuela-templo” donde hallamos el itinerario de Piedad y Letras que nos conduce hacia la santidad y la sabiduría.
Destacan por sus colores litúrgicos el altar sobre el que se eleva una cruz de bronce y el retablo con la imagen de Ntra. Sra. del Popolo, de especial devoción de Calasanz durante su vida romana. ¿Cuántas veces habrá celebrado sobre aquella ara el santo sacrificio de la Misa? Y en cada vez, la Santísima Virgen María, Madre de Dios, fue su íntima testigo.
Aquel 25 de marzo cayó Sábado Santo, de modo que la festividad de la Anunciación no pudo celebrarse ese día. Sin embargo, mientras Cristo yacía recubierto por el santo sudario en el sepulcro, esta comunidad de hombres era revestida por el hábito escolapio, y quedaba enterrada para el mundo, pero anclada en la Vida Eterna. Y así como la Santísima Virgen hubo contemplado el último suspiro de su Hijo bienamado, en aquel oratorio también pudo presenciar desde lo alto el soplo con que comenzaba la vida religiosa de estos hijos que se confesaban sus Pobres.
¡Cómo habrá ardido la luz del Cirio Pascual en la Vigilia de Resurrección que aquella noche celebraron los escolapios recientemente revestidos! Ese cirio, un poco opacado en la pintura por la brillante luz que entra desde el ventanal, sería el gran signo de Cristo Resucitado, y se iría consumiendo para alumbrar el altar, tal como los escolapios se consumen como candelas vivas en las Escuelas Pías.
La fuerza con que los rayos del sol atraviesan los cristales e inundan la habitación nos recuerdan con gran claridad que la iniciativa no es de Calasanz, sino de lo alto. Nos recuerdan que esta obra no es obra humana, sino obra de Dios. Y así como el Santo Fundador es iluminado y abrasado por los penetrantes rayos, y junto a él toda la habitación y todos los escolapios, rogamos a Dios Nuestro Señor que inunde de su gracia todas nuestras escuelas, parroquias y hogares, y a todos nuestros alumnos, docentes y colaboradores, para que podamos compartir la gran alegría de ser parte de esta obra suya, y, por fin, gozar de la alegría de entrar en las habitaciones de la Casa del Padre.
«Alegres de ser parte de esta obra de Dios»
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«La strada o vía más breve y más fácil para ser exaltado al propio conocimiento y de éste a los atributos de la misericordia, prudencia e infinita paciencia y bondad de Dios es el